MI QUERIDA ABUELA


Voy a contarte la historia que tuve con mi abuela. En aquella época yo tenía nueve o diez años, y mi abuela alrededorde sesenta y seis o sesenta y siete.

Fue mi abuela, como verás, la que me enseño a hacer el amor. Con sus propias carnes. Practicó con el ejemplo. Para mi abuela, la "combinación" también era un viso, una especie de camisón finito que os ponéis las mujeres debajo del vestido para evitar ligeramente las transparencias.

La verdad es que la memoria, a veces, funciona como un flash. Destellamos una imagen, una escena, y a partir de ella el recuerdo vuelve paulatinamente. ¿Te ha pasado a ti?

Bueno... Como te digo, estábamos mi abuela y yo en la cama con la sonrisa en la boca. "Juanvi, vamos", volvía a decir. no llevaba la combinación a la que tú te refieres. A mi abuela no le gustaba llevar sujetador. Bragas, ya es más difícil saberlo. El sujetador sólo accedió a ponérselo en sus últimos años. De joven y de señora ya madura no había dios que la sujetara a ella. Era la pólvora personificada.

Aquella sobremesa de verano, estaba encima de ella. Con la alta temperatura y el roce de nuestras epidermis, la sudada fue de las que aquí te espero. De su combinación, es decir, de su viso, no quedaba ya nada. Tú imagínate la prenda aquélla en la cama, con nuestros incesante restregones. Se le subiría, ¿no te parece? Al no llevar sujetador, y en la ocasión que estamos no era una excepción..., pues sus tetas, sus pechos a los que yo siempre les llamé mamas, se bamboleaban a su buena gana.

Entonces, mi abuela me preguntó si quería mamar de ellos. Yo siempre había sido un niño problemático en la comidas. De crío y de mayorcito. De crío había mamado hasta los tantísimos meses. Mi abuela me volvió a preguntar si quería mamar de ella. De sus mamas. Ante mi indecisión, con sus manos me agarró y me atrajo hacia ella. Contra sus mamas choqué..., chocó mi rostro. Aquello parecía una orgía de sensaciones.
Lengua, labios, nariz, pezones, copas y recopas de pechos... La saliva embardurnaba sus pechos. Estaba babeante, Babeaba literalmente.

"Mama, Juanvi. Mama... Lo necesitas tanto como el comer..." Era lo que no dejaba de repetir cada vez que yo me apresuraba a abordar sus senos, po cualquier parte hasta concentrarme en los pezones. Para entonces, el viso ya estaba echo trizas. O tal vez se lo quitó... Sólo percibía la carnicería de su cuerpo balanceándose. De la bragas ya n te cuento. No las tenía puesta. Lo supe cuando certifiqué la pelambrera de su pubis. Me llamó la atención, ¿tú qué opinas? Era el primer coño que veía tan de cerca. Aunque yo no le llamaba todavía coño, sino parruseta, de parrús.

Mi abuela se percató de mi descubrimiento y me preguntó si me gustaba. ¿Te gusta? Juanvi, ¿te gusta? Mi mirada iba  de su coño a lo que aún era mi cola para mí, mi polla. Y de mi cola a su coño. y viceversa. Mi abuela sonrió una vez más y me preguntó si sabía por qué teníamos aquellas cositas diferentes si los dos necesitábamos mear igualmente.

Entonces, mi abuela me explicó que mi cola la necesitaba para ponérsela en su parruseta, y que todos los hombres se la ponían a todas las mujeres, y que así era la manera con los que las mamás y los papás se divertían. Poniéndose el uno dentro de la otra. Para divertirse y, "en ocasiones", me dijo, "para traer los hijos al mundo, como tú". No lo podía creer. Mar, ¿sabes cuáles fueron mis primeras palabras? "Abuela, ¿se harán daño?" Que se harían daño, le dije. Se harán daño metiendo la cola en la parruseta. Y yo me imaginaba que sería un daño superlativo. Mi abuela estallaba de risa. Reía y reía bregando su suculento cuerpo de mujer. Lo que a continuación me dijo mi abuela,es la putísima verdad. Lo que a continuación mi abuela me dijo no se me olvidará jamás.

"¿Lo quieres probar?"



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